“Solo con el corazón se puede ver bien, lo esencial es invisible a los ojos”. Cuando alguien verdaderamente ama logra conocer, apreciar al otro, salir de sí mismo para volcarse a amar al otro de manera buena y verdadera.
Por Mariella Briceño. 14 mayo, 2022.Sorprende ver cuánto cuesta entender la importancia vital de la familia para el ser humano que, viviendo en un ambiente de amor, se desarrolla en toda su plenitud. La familia es el hábitat natural del amor, pero, creo que se dificulta entenderlo por la mucha información que circula, no siempre cierta, de quienes tratan de justificar sus desamores o fracasos diciendo “encantadoramente” una experiencia triste y penosa.
En agosto del 2019, a ser investido como Doctor Honoris Causa, el Dr. Pedro Juan Viladrich dijo: “La crisis de nuestro tiempo –en cierta medida y modalidad, de todos los tiempos– es una crisis de amor, de amadores, de huérfanos existenciales obcecados en serlo y, por eso mismo, una inundación de egoísmos, de aferramientos desesperados a uno mismo y a las egolatrías del ‘corazón de piedra’ con sus inevitables frutos hacia los demás: la sospecha y la desconfianza, la dominación y los sometimientos, la mentira y sus manipulaciones, los vacíos y las soledades; y con sus típicas leyes: la del más fuerte y la del más útil, mientras logras poder y mientras eres útil. Este escenario es el que debemos revolucionar –en palabras de san Juan Pablo II– con una civilización del amor.”
Nos hace falta retomar la civilización del amor de la que nos habló San Juan Pablo II; alcanzar esa mirada de quien ama, que como dijo Antoine de Saint-Exupèry en El Principito: “Solo con el corazón se puede ver bien, lo esencial es invisible a los ojos”. Cuando alguien verdaderamente ama logra conocer, apreciar al otro, salir de sí mismo para volcarse a amar al otro de manera buena y verdadera.
En la familia aprendemos a amar. Nos amamos unos con otros de forma incondicional, compartimos identidades singularmente personales, originales, exclusivas e irrepetibles pues no somos una isla, somos de naturaleza familiar, hemos sido constituidos en una familia: allí radica su vital importancia.
Algo propio de la familia es su amor incondicional que se convierte en el motor que permite cumplir con sus propias funciones, que son estratégicas y únicas, muy distintas a cualquier otra institución dedicada al cuidado del ser humano.
Es muy grande lo que ocurre en el interior de las familias que se fundan en el amor comprometido de un matrimonio (él y ella) y que se irradia hacia los hijos y a los parientes colaterales. Urge pues retomar el amor lleno de bondad y de sinceridad proponiéndonos ser mejores amadores, erradicando nuestros egoísmos, la mentira, el afán de dominación y de poder. El otro, nuestro amado, debe ser aquella luz que ilumina nuestra vida.
Este es un artículo de opinión. Las ideas y opiniones expresadas aquí son de responsabilidad del autor.